EZCARAY. Ruta 20.
Recuerdos de la infancia en el pueblo más bello de La Rioja.
Eran las fiestas de San Lorenzo y los gigantes y cabezudos corrían por las calles de los Fueros y Sagastia. Mejor dicho, corrían los cabezudos bastante más ágiles que los gigantes que apenas libraban los balcones. A mis seis o siete años eran gigantes los propios cabezudos que me doblaban la altura, o la triplicaban con semejante cabezón.
Mis amigos corrían también mientras alguno más valiente provocaba para que nos persiguieran. Maldita la hora. Busqué con la mirada a mi madre pero ya era tarde. El cabezudo bajaba la calle agitando aquella especie de globo que hacía daño. Y no contento, le acompañaba un segundo y un tercero por aquella calle que terminaba en una plaza con nombre de verduras, alcachofas, cardos, o algo así decíamos a mi edad a modo de mofa de lo que en realidad era la Plaza de la Verdura. Yo que sabía.
Bastante tenía con esconderme en algún portal y justo el que parecía tener la puerta abierta ante la inminente llegada cabezudera… Cerrada. La maldita puerta con una argolla más grande que la propia cabeza del cabezudo, estaba cerrada. A cal y a canto. Apretado a la madera como si fuera una de las caras de Bélmez, los tres cabezudos pasaron de largo. El que vestía de payaso, el que iba de soldadito y el que tenía pintas de torero. Los gigantes al fondo de la calle, cerraban la salida.
Cuando ya parecían alejarse, al imbécil de mí no se le ocurre otra cosa que decir valiente y osado, la palabra mágica que le hizo dar la vuelta al torerillo. Tontos. Va y dije, tontos. No hasta luego Lucas que pasaron años hasta que alguien inventó esa frase, no. Dije tontos. Y el torerillo frenó en seco y se giró. No hubo tiempo a salir de la mínima escalerita que daba paso a la puerta, ni un paso tal era el tembleque que me entró en las piernas. El torero enarboló su globo y…
Pues nada, ahora estoy en un descampado arenoso con un par de vaquitas cerca del Tenorio, un parque donde recuerdo lanzaban fuegos artificiales. Era la lechera que visitábamos muchos días de nuestras vacaciones, con sus vaquitas, sus cabras y hasta unos burros que nos dejaba montar a los hermanos y amigos. Nos gustaba ver cómo ordeñaba pero más nos gustaba el vaso de la leche recién ordeñada, esa leche que nos dejaba el morro blanco como la ermita de Allende. Esa leche que es curioso, en casa no nos gustaba, pero en Ezcaray sí. Si alguna vez habéis probado leche de Ezcaray como decíamos de pequeños, esa suerte tenéis, que la de ahora deja el vaso más limpio que tras darle con Fairy. Eso y montar en el burrito era lo más mientras padres y abuelos sacaban fotos con aquella Kodak infalible. Vamos mañana donde la lechera decíamos todas las noches. Y madrugábamos para verle ordeñar… y para que sacara otro de sus vasos repletos de leche.
Misterios de la infancia. Truena ahora. El día ha sido caluroso y llega la habitual tormenta de verano. Corremos ya por el Paseo de Allende camino de la vieja estación y el Puente del Oja. Mi abuela se va acordando de Santa Bárbara que también tiene su ermita en un altozano justo enfrente de la de Allende que queda a los pies de la Picota. Con cada trueno que sonaba, decía su plegaria que pese a la dificultad para un crío de seis años conseguí aprender. Santa Bárbara bendita que en el cielo estás escrita en las alas de la cruz, tres veces Jesús. Jesús, Jesús y Jesús. Yo por si acaso venía una tormenta gorda y pese a que me gustaban estos fenómenos meteorológicos, que así he salido, decía con más fuerza que ella y que mi madre. JESUS, JESUS Y JESUS. Más Jesús que nunca. Y una de mis hermanas que era como era, con tal de joder decía, Jesús, Jesús… y María. Ahí queda eso. Y María.
Y así pasábamos por el Palacio Azcárate y por la Iglesia de la citada Santa María no sin entrar a rezar más plegarias que buena era mi abuela. Me acuerdo que había un Cristo en la Iglesia como bastante demacrado y no sé por qué no me gustaba verlo cosa que a mi abuela sí.
Y recuerdo los berberechos del Bar Bengoa, los partidos de fútbol padres contra hijos en el jardín del hotel Marichu, las sesiones de bicicleta por la alameda camino de Valgañón, las puertas con cuerditas colgantes de algún comercio como aquel en el que hacían chorizos y morcillas asombrosas y que después, más mayor, supe que era la Fani. Y recuerdo como si fuera hoy la placita de toros que montaban en fiestas, los partidos de pelota de mi padre en el frontón doble del Tenorio donde yo debía ser muy bueno recogiendo pelotas, la tiendita de frutas de la calle Las Teñas por donde vivía un tal Justo Grandmontagne o algo así que solo el apellido nos impresionaba a los enanos.
Y el baño en el río bajo una cascadita, los baños más serios en la piscina municipal al lado de un hotel que decía Trueno o algo parecido y ya estábamos acordándonos de Santa Bárbara que también solíamos visitar, como a la Virgen de Allende de ermita tan bella que es imposible no enamorarse, de aquel pequeñajo regordete en brazos de Marisa que luego ha resultado ser Francis Paniego, reputado cocinero.
Y recuerdo ver muy de cerca la Cruz de la Demanda, un pico redondo de nombre San Lorenzo, una Iglesia en Santo Domingo donde decían cantó una gallina después de asada, un parquecito detrás de la Estación con vaquitas detrás, un crucero misterioso entre calles al que llegábamos diciendo safo para dar la vuelta que yo hacía corriendo por si acaso aparecía algún santo más, los tres caños de Tres Fuentes en la carretera del Alto de la Pradilla.
Pero sobre todo recuerdo cuando subía con mi padre hasta arriba de la Picota, peñasco dominante de todo el valle. Enano como era, me parecía como subir el Everest, pero ahí estaba mi padre al frente que todo lo subía y me cogía de la mano. Pasábamos por detrás de la ermita de la Virgen de Allende y para arriba. Nunca olvidaré las vistas de Ezcaray al amanecer sobre aquella roca en la que hicimos una foto. No, no penséis que dijo aquello de… algún día todo esto será tuyo pero a lo mejor desvió la trayectoria de las influencias celestes a otro Bengoa que ahora es Alcalde del pueblo más bello del mundo, el que más rincones tiene, el que más cuidado está, el pueblo en el que bandadas de pajarillos cantan al amanecer.
Años después cuando ya la familia piensa en otras opciones de vacaciones yo seguía pensando y soñando en Ezcaray. Y regresé tras muchos años de ausencia. Ahí seguían las calles de los Fueros adornada de geranios, la Sagastia, con su tiendita de flores, la de Julia, su cantina y su frutería. La Plaza de la Verdura , la del Quiosco con tantas escenas en Olmos y Robles, las calles porticadas, los chorizos de Fani, el puente, la estación, el Tenorio, las ermitas…
Y como si una mano me llevara agarrado recordaba el camino a la Picota como ahora el del Faro de la Plata. Me senté en la misma roca, en la misma. Y allí abajo estaba Ezcaray, tal cual, como si no pasaran los años. Y desde arriba vi pasar toda una infancia y hasta me pareció ver correr un cabezudo vestido de torerillo que daba y daba y volvía a dar con su globo a un guisajo que acababa de decirle tonto. Es más, todavía se daba la vuelta para darle, darle y volver a darle.
Y lo cierto es que disfruté recordando la escena.
1.LA EXCURSION y EL RECORRIDO.
Famosa ahora por la serie Olmos y Robles y a poco menos de dos horitas de San Sebastián, Ezcaray bien merece una visita que no podrá defraudar.
A 12 kms en dirección sur de Santo Domingo de la Calzada, donde cantó la gallina después de asada y por unas llanuras llenas de campos de trigo, con la silueta de la Picota a la vista, Ezcaray abre sus puertas al visitante que quedará fascinado por sus paisajes, por su gastronomía, por su oferta hotelera, así como también por sus opciones deportivas. De hecho, son muchos los donostiarras que encontraremos por sus calles tanto en verano como en invierno.
Ezcaray es una de las poblaciones más hermosas de La Rioja y sin duda, la más turística no solo por la cercanía de la Estación de esquí de Valdezcaray a los pies del Pico San Lorenzo, punto más alto de La Rioja con 2271 metros, sino por su propia vida. Rodeada de infinidad de opciones para la práctica del senderismo (San Lorenzo, Hombre, La Demanda… ), bicicleta ( Vías Verdes ) y cualquier otro deporte en contacto con la naturaleza, Ezcaray combina su tranquilidad de calles antiguas, empedradas y de pórticos de madera, con un ambiente veraniego increíble en su plaza del Quiosco, la otra plaza, la de la Verdura donde aparecen un sinfín de establecimientos muy amenos.
Es un pueblo muy cultural destacando su Festival de Jazz, el micológico, el de teatro, el medieval, se organizan eventos gastronómicos, deportivos en cada mes del año…
Para los amantes de la cocina es muy destacable su gastronomía donde el Echaurren es una referencia en la guía Michelín ganada a pulso por el chef Francis Paniego, o el Masip en cocina tradicional, o las entrañables tardes de la Estación convertida en merendero a un paso de la Picota y de la Virgen de Allende. En hoteles destaca también el cuidado Palacio Azcárate donde en su jardín veremos el imponente cedro del Atlas, protegido por Medio Ambiente, con 120 metros de altura y 150 años de antigüedad.
Por la tarde y por las noches de verano hay que visitar la Calle Sagastia, calle que une las Plazas de la Verdura y del Quiosco y que recuerda a la que Hough Grant paseaba cada día en Nothing Hill. Un encanto. Como toda la población, fresca en verano, fría en invierno pues se encuentra a 831 metros de altitud.
Subir a la Virgen de Allende, de cuidado jardín, pasear junto al río hasta el Parque Tenorio con dos frontones, uno para cada mano, visitar la fábrica de mantas, el edificio del actual albergue antaño fábrica de paños y tapices y cómo no, la Iglesia de Santa María la Mayor, con portada gótica balaustrada, son ya recorridos célebres.
En las cercanías conviene visitar Briones y su museo del vino, pueblitos rurales como Ojacastro, Zaldierna, Zorraquín, los campos de trigos de Santurde y Santurdejo y ya en la carretera de Posadas, la Antigua Ferrería de Azarrulla, adecentada ahora como hotel rural muy recomendable a la que se puede llegar a pie o en bici por el camino de la herradura o de las aldeas.
A unos quince kilómetros en línea recta desde Ezcaray, destaca Santo Domingo de la Calzada, importante punto de paso del Camino de Santiago, donde veremos su Catedral y más adelante entre otras localidades, Grañón, de bella Iglesia gótica. Y en otros quince kilómetros habremos llegado a Haro, la capital del vino Rioja.
2.A TENER EN CUENTA.
Habrá observado el lector que en este último capítulo saltamos el guión habitual. Hemos dado ideas sobre la cantidad de rincones y lugares que hacen de Ezcaray un pueblo muy especial y quizás por ello es tan visitado por donostiarras que tienen aquí su segunda casa tanto en invierno como en verano. Con nieve, la estación de Valdezcaray cobra protagonismo y en verano hay tanto apartamento o piso propiedad de donostiarras que pasear de noche por la Plaza de la Verdura o la del Quiosco es encontrarse infinidad de amigos o conocidos.
Lo ideal sería quedarse aquí varias noches o mínimo una por lo que ya de entrada hemos cambiado las rutas habituales. Un fin de semana sería perfecto para conocer y vivir Ezcaray y su entorno lleno de naturaleza.
Pese a todo, les marcaremos algunos planes y usted lector, elija qué hacer.
Plan 1: Paseo por Ezcaray.
Temprano subiendo a la Virgen de Allende y si está en buena forma hasta la Picota. Al bajar repare en la bella Estación antigua del ferrocarril, ahora restaurante con terraza. Quizás ahí podría desayunar. Complete el paseo por las dos riberas del río Oja, entre los puentes. Al volver, vea el Parque del Tenorio con su doble frontón. Ya entre calles, recorra las dos plazas por la Calle Sagastia y más adelante por la Calle de los Fueros, la de los geranios, llegaremos al Echaurren, al Palacio Azcárate y a la Iglesia de Santa María la Mayor.
Sigo hacia la Real Fábrica, ahora albergue y Ayuntamiento y busco otras calles hasta encontrar la Fábrica y exposición de mantas. De nuevo en la Plaza del Quiosco entre por calles porticadas hasta el Masip y sus famosas croquetas. De tarde ya avanzada, subo en coche o en bici hasta la Ermita de Santa Bárbara con espectaculares vistas aéreas de Ezcaray. Si es verano, la piscina abierta me ofrece otra opción refrescante.
Plan 2: En bici por la Vía Verde.
Desde la Estación sale la pista totalmente llana que en quince kilómetros muy agradables me lleva hasta Santo Domingo de la Calzada, pueblo que debe visitarse al ser punto importantísimo del Camino de Santiago. Si el calor aprieta y me organizo bien aquí comeré y hasta me aprovecho de sus piscinas. La vuelta por el mismo sitio, calculando que al final son 30 kilómetros eso sí, muy gratificantes.
Plan 3: En bici por la ruta de herradura.
Una forma de ver aldeas muy interesantes es completar el camino de herradura en bicicleta. Saliendo del Puente de Glera, busco el albergue juvenil Molino Viejo y allí mismo seguiré el sendero que en un tramo asciende de forma brusca, único desnivel de la jornada. Al llegar a la aldea de San Antón, entraré en Azarrulla donde está el hotelito La Antigua Ferrería con unos terrenos de jardines muy interesantes y sobre todo, una piscina abierta al público. La vuelta puedo hacerla por carretera viendo la siguiente aldea, muy renovada ahora, que sería Zaldierna a solo seis kilómetros de Ezcaray.
Plan 4: En coche hasta Haro y Briones.
Plan de bodegas que requiere coche hasta Haro, la capital del vino ya referida en otro capítulo. Más tarde, Briones y su museo del vino de la Dinastía Vivanco.
Plan 5: Coche y caminata. Pico San Lorenzo.
En coche hasta la estación de Valdezcaray por una carretera de trece kilómetros escenario de algún final de etapa de la Vuelta a España. Ahí parte la pista o sendero que me lleva hasta el Pico más alto de La Rioja, San Lorenzo con 2271 metros de altitud. Valdezcaray está a 1530 por que la caminata supera un desnivel de casi 750. Merecerá la pena el esfuerzo que entre ida y vuelta requiere cinco horas. Las vistas desde arriba son únicas.
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