EL PEINE DEL VIENTO.

La obra más conocida de Eduardo Chillida es el lugar más fotografiado de San Sebastián.

  • Foto portada: Sonia Urreizti.

Las redes sociales lo demuestran. Es el Peine del Viento, la obra más conocida de Eduardo Chillida, el lugar de San Sebastián más fotografiado. En cualquier época del año hay visitantes, de fuera y locales, que buscan el contacto brusco con el mar, pues el Peine es eso, un lugar de encuentro, un diálogo con el mar.

De historia curiosa tanto en su significado como en la construcción, os extraigo este apartado de mi libro LO QUE TU TIERRA TE CUENTA en el que recorriendo Gipuzkoa me encuentro con uno de los mejores amigos de Eduardo Chillida, Sebas Agirretxe

Las olas, hoy de cierta altura, hacen las delicias de los más pequeños, que se dejan mojar en su surtidor a modo de grandes chorros que parecen dar vida a esta obra de Eduardo Chillida terminada en 1977. Aquí he quedado con mi amigo Sebas Agirretxe, con quien ya estuve en La Corniche, entre San Juan de Luz y Hendaya, hablando de los búnkeres.

Sebas fue un gran amigo personal de Chillida; es ticket número uno del museo Chillida Leku, y estoy seguro de que me va a contar anécdotas poco conocidas. Este rincón era el favorito del escultor y aquí venía escapándose de clase para ver las olas. Llega puntual mi amigo, y tomamos un nuevo café junto al Peine en una terraza panorámica de la bahía. Le pregunto por lo costoso del proyecto a la hora de colocar las piezas…

«Para colocar estas tres imponentes esculturas de diez toneladas de peso cada una tuvieron que resolver serios problemas. Dudaron entre descolgarlas con cables desde Igeldo, e incluso bajarlas con helicóptero, pero finalmente el ingeniero José Mari Elósegui se atrevió a montarlas colocando unas vías sobre un andamiaje apoyado en las rocas, en ese lugar donde tanto azota el mar, y llevarlas en carretones. Un formidable atrevimiento.  Contó también Chillida con la colaboración de Luis Peña Ganchegui para la preparación del lugar con ese precioso adoquinado de granito rosa de Porriño. Los Peines del Viento están integrados en la naturaleza; el mar, el horizonte, las olas son parte de la obra de Chillida».

Me extraña que me hable de los Peines en plural y no en singular…

«Chillida es perfeccionista, perseverante, reflexiona, duda, revisa una y otra vez todos los aspectos de su proyecto para llegar a su objetivo. Por eso tiene muchas obras homónimas; hizo veintitrés Peines del Viento, este nuestro es el XV, que hay que llamar así, Peine del Viento, aunque sí es verdad que se le ha ido llamando de todas las formas posibles: Peine de los Vientos, Peines del Viento, Peines de los Vientos…».

Me dio pena no haberme citado con Sebas en el propio museo Chillida Leku y ver su gran caserío, pero por tiempo iba a ser imposible; así que mejor escenario que el propio Peine, difícil. Sebas fue muy amigo del escultor…

«Yo conocí personalmente a Eduardo, cuando desde el Gobierno Vasco le encargamos una obra pública para conmemorar en 1987 el cincuentenario del bombardeo de Gernika, y desde entonces mantuve con él una relación de amistad gratísima. Eduardo era un hombre sencillo, cercano, admirable en todos los aspectos. Charlábamos de muchas cosas, de escultura, de arte, de música. En alguna ocasión me dijo que le entendía muy bien, y, claro está, sus palabras me llegaban muy dentro».

Es sabido que Eduardo Chillida, nacido en Donostia en 1924, estudió en los Marianistas, jugó de portero en la Real y empezó a estudiar Arquitectura, pero su pasión era la escultura…

«Va a París a vivir plenamente su oficio, pero la escultura que realiza, academicista, no le llena. Al volver a su tierra en 1951, se rompen en el transporte las esculturas de yeso que traía. Fue una premonición para él, rompió con su forma de hacer escultura y comenzó de nuevo. Eduardo será ya el Chillida que conocemos. Triunfa pronto, Milán en 1954, Venecia y Chicago en 1958, el premio Kandinsky en 1960… Después, a lo largo de su vida, son innumerables los premios y distinciones recibidos. Por cierto, en aquellos años ochenta, tiempos muy difíciles, desde el Gobierno Vasco hicimos una encuesta en varias universidades europeas para conocer qué sabían de lo vasco, con qué nos identificaban a los vascos los estudiantes europeos, con el euskera, con San Ignacio de Loyola, con la pelota, con la gastronomía, con… El resultado fue que lo vasco más conocido era Eduardo Chillida».

Chillida trabajó con toda clase de materiales: madera, hierro, acero, yeso, piedra caliza, granito, mármol, alabastro, tierra chamota, porcelana, y hasta papel en sus delicadas Gravitaciones.

«Usó el hormigón en sus grandes obras públicas, y el último de sus materiales iba a ser la naturaleza —sí, la naturaleza— en Tindaya, pues penetraría en las entrañas de esa montaña mágica de Fuerteventura para abrir unos huecos por los que entrase la luz. En algún momento me dijo que le gustaría trabajar con una cantera de piedra en funcionamiento, de la que se estuviera extrayendo piedra. Me decía que señalaría de dónde habría que sacar los bloques de piedra, y lo que quedase en la cantera sería su escultura, una escultura viva que iría formándose y alterándose según se fuera extrayendo la piedra».

Sin embargo, su gran legado está en Chillida Leku, en plena naturaleza, donde sus obras comparten el espacio con los árboles, la hierba, su viejo caserío…

«Eduardo no quiso construir un gran edificio para conservar, para mostrar sus obras, eligió la naturaleza; y así sus obras viven en plena naturaleza. El 27 de septiembre de 2000 se abrió Chillida Leku al público en general y conservo en mi álbum de recuerdos el ticket número uno de entrada a Chillida Leku. Tuve que atender gustoso a la prensa, radio y televisión que se interesaron por el primer visitante, y en el Libro de Honor de Chillida Leku, en el día de su inauguración, tras las de los Reyes de España, el canciller alemán Gerhard Schröeder, el presidente José María Aznar, el lehendakari Juan José Ibarretxe y algún ministro, está mi firma y mis palabras emocionadas de aquel momento.

Con motivo del décimo aniversario del fallecimiento de Eduardo Chillida, su hija Susana editó un libro de homenaje titulado Cien palabras para Chillida, en el que quiso recoger las palabras de cien personas invitadas a escribir cada una un breve texto de cien palabras sobre aspectos de la obra o la personalidad de Eduardo Chillida. Tuve el honor de ser invitado a sumar mi texto a los del centenar de artistas, pintores, escultores, músicos, poetas, escritores, críticos, galeristas, historiadores, deportistas, profesores, periodistas, filósofos, gentes de la cultura internacional.

Escribí un breve artículo del que extraigo lo siguiente: «A Chillida le preocupaba el Espacio y el Tiempo. Perseguía, sin encontrarlos, el Horizonte y la Gravedad. Disfrutaba con la Música y el Silencio, con la Poesía y el Mar, con el Aire y el Viento. Me atrevo a afirmar que sus palabras serían Bondad, Amistad, Familia. Y sobre todas: Amor, amor a su trabajo, amor a los suyos, amor a su tierra»».

ENLACE: GALERÍA DE FOTOS PEINE DEL VIENTO.

Estas mismas anécdotas y otras muchas, te las describo en mi libro LO QUE TU TIERRA TE CUENTA. Un viaje por Gipuzkoa.

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