JAIZKIBEL (1) EN «LO QUE TU TIERRA TE CUENTA».

Comienza la magia entre Hondarribia y Pasaia.

  • Foto: Wilco Westerduin.
  • Extracto del libro «Lo que tu tierra te cuenta» con referencias más abajo.

Tras dejar el puerto pesquero empezamos a subir hacia el castillo de San Telmo, también llamado castillo de los Piratas, de aspecto casi fantasmagórico. Fue construido en 1598 por Felipe II como defensa del puerto de Asturiaga ante los piratas y corsarios. Enseguida pasamos por la calita o playa de los Frailes, que me entretengo en fotografiar, y un poco más arriba, sobre el mismo cabo de Higuer, un gran faro que data de 1878, tras haber destruido los carlistas el anterior.

Un sendero baja desde el faro hasta una calita junto al islote Amuitz, que en marea baja nada envidia a las de Ibiza o Menorca. Resulta tentador un baño, pero lo dejo para otra ocasión, cosa que sí hace una pareja que habrá pasado la noche en su velero. A partir de aquí, a la altura del camping, comenzamos la travesía de Jaizkibel propiamente dicha por un primer tramo al que llaman la ruta amable hasta las campas de Marla, desde donde subiremos al caserío Justiz.

Es un sendero fácil, pegado al mar, con algunos toboganes rompe piernas que nos permiten ver calas de piedras muy frecuentadas por los hondarribitarras en verano. Este tramo no tiene la magia de los que encontraremos más adelante, por lo que todavía no veremos esas llamativas formas de colores, pero ir de Higuer a Marla nos servirá de calentamiento, además de ser también un canto a la naturaleza.

De nuevo me llegan a la memoria las frases de Victor Hugo, que durante su estancia en Pasaia quedó enamorado de esta montaña. En su libro Viaje a los Pirineos y los Alpes escribía en 1843:

  • «Siempre que la naturaleza muerta parece vivir, nos conmueve con una extraña emoción… Las montañas de Pasaia tienen para mí dos atractivos particulares. El primero es que dan al mar…, el segundo es que son de arenisca. La arenisca es la piedra más divertida y la más extrañamente modelada que existe… No hay aspecto que no adopte, no hay capricho que no tenga, no hay sueño que no realice, tiene todas las caras, hace todas las muecas».

Jaizkibel es una montaña no muy alta, 545 metros, literalmente pegada al mar durante los veinte kilómetros que la separan de Pasaia. En su ladera norte se muestra más salvaje, con acantilados casi verticales que llegan con violencia hasta el mar, sobre todo en la parte más cercana a Pasaia, y de forma más suave según llegan a Hondarribia. La parte central es una sucesión de pequeños valles que la hacen rugosa y sobre todo muy dura para el senderista que quiera acercarse hasta ese museo natural para ver de cerca esa erosión tan original que han tallado con paciencia el agua, el viento y el salitre del mar. Un gran espectáculo donde los buenos fotógrafos pasan horas y horas.

Cruza Jaizkibel una carretera serpenteante, escenario de la Clásica Ciclista de San Sebastián y del Tour de Francia, que no frecuentan los coches al ser más cómodo ir de Pasaia a Irun u Hondarribia por la carretera nacional o por la autopista. La ladera sur, la que mira a tierra, es poco habitual para montañeros al quedar más expuesta al sol y con menos sombras, además de carecer de los enormes atractivos que sí tiene la que mira al mar.

Voy enumerando con Enrique todas las formas que iremos viendo y de las que no existe un catálogo, pues cada cual las ve como quiere su imaginación. Cito a la ballena roja, a la ventana, a la concha blanca, a la amarilla, a la catedral, a los ojos, a la sillita de la reina, al cochecito, a la tortuga, a los comecocos, a las gemelas, al guardián de la cueva de Mari, al gusano, al gusiluz…

Que no se me olviden el cuenco de oro, la tenaza, el lagarto, la cabeza de perro, la ola pétrea, el peine, el Tyrannosaurus, la cueva verde, la del chorro… Añado ahora el pene del elefante, el paisaje lunar, el feto de Alien, el corazón, el unicornio, la mano de Dios, la grieta, la bóveda, la estrella de mar…

Recuerda Enrique al dolmen, a la oreja, a los medallones —que algún día, si me porto bien, me enseñará—, al meón, al zapelarri, a la trompa del elefante, a sukaldea… Uno tras otro vendrán a la memoria sin orden; y no citaremos ni la mitad. Iremos viendo todos en el camino, en el que aparecerán también nombres de valles tan sugerentes como Erentzin, Gastarrotz o Labetxu, con otras zonas como la playa de los Fósiles o Paramoudras, la playa de las gaviotas, Lezonabar, Putrekabi o la morada de los buitres, el Laberinto Blanco, Azabaratza, Akerregi, Itzalarri, Gran Kanto, y una cumbre amable de nombre Mitxintxola, de vistas prodigiosas a la comarca de Oarsoaldea y a Donosti.

Por los prados y escondites de esta montaña hay historias como la de Soñu (el Robinson de Jaizkibel), la de Roland Garros, las de pastores, pescadores, soldados, esclavos de Franco, hazañas de ciclistas como Miguel Indurain o Lance Armstrong. En Jaizkibel tuvo lugar el enterramiento humano más antiguo de Euskal Herria, el llamado J3. Hay cuarteles abandonados, refugios en la propia roca, torreones y fuertes defensivos, caseríos en ruinas y otros habitados, túneles de conducción de agua… Es un paraíso para geólogos, para escultores, pintores, escritores como Victor Hugo, amantes del senderismo, de la bicicleta de carretera y de montaña.

Y es una montaña donde no falta la polémica, pues en gran parte de su ladera marina se proyectó un gran puerto que mediante túneles llegaría hasta el otro lado sur, en Lezo y Pasaia, con la consiguiente desaparición del laberinto, de la ballena roja, del comecocos, de la txapela, del gusiluz… No quiero ni pensar en el destrozo que esto provocaría en una montaña cuyo interior es un verdadero queso de Gruyère que posiblemente esconda tesoros aún mayores que los que hoy nos enseña. Pero sigamos el camino, porque esto no ha hecho más que empezar; es más, ni siquiera hemos empezado.

Tras el camping de Higuer, enseguida llegamos a una depuradora de aguas; y en tan solo cinco minutos, a la cala Aizporandi o Manarranas, donde suelen acudir familias en épocas calurosas para darse un baño.

Un pequeño tramo de sube y baja, no muy duro comparado con lo que se avecina más adelante, nos lleva por Esteko Senotia, Baxuko, Kapelaundi Muturra y Plantaitxiki, siempre pegados al mar en una mezcla curiosa de prados de ambiente rural, ganado y multitud de flores, como campanillas y margaritones. Distingue Enrique en el camino unas droseras, conocidas también como rocío del sol, plantas muy pequeñas e insectívoras…

EN ESTE CAPÍTULO ENCONTRARÁS:

  • Todas las rutas de Jaizkibel.
  • Historias.
  • Leyendas.
  • Las montañas del Pirineo y el Tour.

Estas mismas anécdotas y otras muchas, te las describo en mi libro LO QUE TU TIERRA TE CUENTA. Un viaje por Gipuzkoa.

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