TRASHUMANCIA A ARALAR.

Buscando las campas de Enerio se abrió, de pronto, el paraíso.

  • CON LA COLABORACIÓN DEL DEPARTAMENTO DE SOSTENIBILIDAD DE DIPUTACIÓN DE GIPUZKOA. GIPUZKOA JASANGARRIA.
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  • SOSTENIBILIDAD.

¡Toooz!, ¡Zanbo etorri!, eran las palabras más repetidas durante las casi cuatro horas que duró la trashumancia de los bueyes del caserío Iztueta en Lazkao hasta las conocidas, y en su tiempo polémicas, campas de Enerio en los prados inmensos de la sierra de Aralar, uno de los parajes, sin duda alguna, más bello de nuestra geografía.

  • Llegar a las campas fue algo que no se podrá olvidar.

Y Donosti City tuvo a bien acompañar a bueyes y baserritarras en una de las mejores experiencias que recuerdo, en un día que acompañó en todo momento, con nieblas que fueron despejándose según ganábamos altura. Unos 800 metros de desnivel que pasaron en un suspiro ante la belleza y colorido del paisaje, la conversación con los protagonistas con cientos de anécdotas y el ir, poco a poco, ganando soltura con la vara, que de todo hay que hacer.

El caserío Iztueta es modelo de sostenibilidad, no en vano tiene Premio del Gobierno Vasco a los mejores productos lácteos, y aunque hay baserris que suben a los pastos por las polémicas pistas, aquí lo hacen como antaño, un paso tras otro, por senderos, caminos y las propias pistas, confirmando que hacen las cosas de la forma más natural posible. Estos son los bueyes que, entre otros afamados restaurantes, suministrarán a Casa Julián o Nicolás de Tolosa, y que ahora, pasarán cinco meses (de mayo a septiembre) en las verdes y frescas campas de Enerio o Enirio.

15 bueyes del caserío Iztueta salieron de “boxes” como si ya supieran lo que les esperaba por delante, un festín de hierba fresca, bajo la voz de Eñaut Sala y con la compañía de Carlos Xabier, Jose Ignacio, el perro Zanbo y un servidor.

  • “hacen la trashumancia con solo un año y medio de vida los más pequeños, junto a otros bueyes de tres o cuatro años. Los bueyes y las vacas crecen muy pronto. Este más pequeño es el que viste nacer hace año y medio y que bautizaste como Messi”

Le llamé ¡Messi! (creo que añadí “bonito mío”), pero como era de esperar, no hizo ni caso. A lo suyo iba mientras un haz de luz abría las nieblas, dibujando líneas blancas entre las copas de los frondosos árboles justo pasar el caserío Amundarain.  Seguía Eñaut explicando…

  • “siempre van en manada a todas partes, se conocen y en cuanto uno se pone nervioso contagia a todos los demás. Salvo los bueyes que hacen este recorrido por primera vez, los demás sabrían llegar solos hasta Aralar. Y volver a casa también. Hubo un año que subimos en septiembre a recogerlos y los encontramos a mitad camino esperando a que abrieran una langa. Hubieran llegado solos a Iztueta”.

En fila de a uno, o de a dos, seguían obedientes los bueyes acelerando en terreno más llevadero según marcaban paso Eñaut y Jose Ignacio. Cerraba la manada Carlos Xabier, un ex maestro de la Escuela Fraisoro, un libro abierto de caminos, naturaleza y buen hacer con los bueyes…

  • “De esta escuela salen técnicos en elaboración de productos alimenticios, en horticultura y florística, en producción agrícola y ganadera y en gestión de bosques y medio natural. Son dos años de formación combinando aulas y campo. Ahora estoy jubilado y le ayudo con los bueyes a Eñaut”.

Casualmente un buey se despistó en un cruce y allá se fueron, camino abajo, Carlos Xabier y Zanbo, resolviendo la papeleta antes de que llegaran a Zaldibia, mientras el resto esperábamos sin sobresaltos.

Un bosque espectacular de hayas, vegetación exuberante, helechos por doquier y algún riachuelo seguía haciendo muy agradable el recorrido hasta que, maldita la hora, un árbol recién caído cerraba el paso.

Por las huellas, según decían Eñaut y Carlos Xabier, otros ganaderos habían subido un pequeño terraplén del monte. Y, en seguida, entre Zanbo y Jose Ignacio les hicieron subir el desnivel entre algún susto para varios bueyes que no eran capaces de bajar lo subido.

Recuperada la normalidad ya casi no hacía falta ni guiar a la manada, pues parecían intuir la presencia de las campas de Aralar. Momento que aproveché para marcar yo mismo el paso, con la sensación de que no me hacían ni puñetero caso.

Pocas veces he visto tan verde la montaña y tan frondosos los bosques, salvo algún grupo de pinos con alguna enfermedad que los mataba.

Tiempo para preguntar por la polémica de los pastos y pistas, que creó hace unos años una lamentable situación entre baserritarras, naturalistas y, cómo no, políticos. Los ganaderos como Eñaut, reclamaban pistas que facilitaran la subida hasta Enerio, a fin de ganar tiempo y esfuerzo, y se encontraban con la negativa de ecologistas, pero también de otros baserritarras.

Dicen que se llegó a quemar un refugio cercano al dolmen de Jentilarri, aunque quizás fueran otros los motivos, igual que a una vaca de un ganadero le pegaron un tiro en la frente.

No es tema que ahora merezca más líneas, pero visto desde fuera, y con lo que cuesta hoy día el trabajo en el caserío, falto de relevo generacional, que se ponga trabas a una o varias pistas no me parece de recibo. Entre tanta naturaleza una pista arriba o abajo no creo que sea matar la naturaleza y ni mucho menos convertir Aralar en un parque temático. Todo tiene un equilibrio y el panorama que se me abrió a los ojos al llegar a las campas no lo empañaba pista alguna.

  • “Esta pista que ves – me decía Eñaut- nos puede ahorrar, entre ida y vuelta, unas cuantas horas que luego ganamos cuidando el caserío y a las vacas que se han quedado”

Reconocí los montes de la zona en mi paso hace unos años por la Ruta del Queso GR283, la cercanía del embalse de Lareo y las crestas por donde situaba a las cuevas de Sastarri y Putterri.

Se incorporó a la expedición Joserra, el padre de Eñaut, que subió precisamente por pistas hasta Enerio para luego bajarnos en el todoterreno hasta casa, no sin antes dar cuenta del almuerzo a base del riquísimo queso de vaca de Iztueta, que recibió un segundo premio en el Salón Gourmet de Madrid, y unos batidos que también elaboran y que están para beberlos de un trago.

Zambo iba y volvía feliz por su trabajo realizado, los bueyes no dejaban de comer hierba fresca, y como se las arreglan solos durante cinco meses ganando poco a poco altura en la sierra, subimos al coche para bajar por dentro del Domo de Ataun, otra de las maravillas geológicas de Gipuzkoa.

No vimos ningún Gentil, seres mitológicos de estos bosques, que haberlos haylos, pero pasamos por la antigua cantera de Jentilbaratza, un peñasco negro digno de una paradita para observar.

  • Messi, feliz, en los pastos de Aralar.

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